miércoles, 26 de junio de 2013

Sin vergüenza


A partir de un interesante intercambio que mantuve con compañeros que realizan la maestría en la Universidad Federal de Río Grande del Sur (UFRGS), fui a buscar para compartir con ellos, por si alguno no lo había leído, el texto de Allouch “Avergonzados”, en el que realiza una precisa crítica a Lacan por una presentación de enfermos y a todos los que objetivan y se dicen psicoanalistas. Allouch, dijo “según mi experiencia es felizmente rarísimo, entre los lacanianos, hacer de un analizante, cuando se habla de éste públicamente (sí, se lo hace ¿pero con qué beneficio? o ¿en provecho de quién?), el objeto de mofa o de burla general. Es, sin embargo, lo que aconteció en esa poca afortunada presentación de enfermos que evocaba más arriba”. Luego de leer eso recordé lo que sucedió en un evento que organizó la Ecole, la escuela de Allouch, con Guy Le Gaufey en una librería de la avenida Corrientes. Compartían mesa  con el francés, distintos profesionales que se dedicaban a la investigación, con un discurso académico y cuando digo académico digo poco arriesgado. Bastante conserva. Y lo bastante conservadores de los que se dicen psicoanalistas se manifestó.
Eso que sucedió con el transexual al que se refiere Allouch, que utilizó Lacan para su presentación de enfermos, sucedió con los pobres marginales de la Argentina, en ese evento, se los puso en el mismo lugar, en el de objeto de mufa. Uno de los expositores para defender su posición, diferenciándose de una persona de derecha, comentó “¿Qué tengo que ir a una bailanta?”, lo que provocó la risa de los psicoanalistas lacanianos adherentes a la Ecole de Allouch. Disculpen que no recuerde precisamente la anécdota, lo importante es que alguien dijo “tengo que ir a una bailanta” y los demás se rieron. Sucedió exactamente lo mismo. Cuando finaliza la presentación, me acerqué a conversar con el panelista que la Ecole había invitado y había hecho tamaño comentario, lo interrogué sobre el lugar en el que estaba poniendo al otro, no lo hice en público porque padezco el lugar en el que me ponen cuando hago ese tipo de preguntas, y el joven militante por el respeto de la diferencia me respondió “yo fui una vez a una bailanta y me dijeron tilingo por los anteojos”, unos anteojos rectangulares de marco grueso y oscuro como los que uso yo, y ahí fue cuando dije, y sí, es un tilingo. ¿Por qué tilingo? Porque solo los llamados tilingos, sujetos de la clase media porteña solo dispuestos a relacionarse con la injusticia en sus inquietudes intelectuales, usan la palabra tilingo. Habiendo ido a bailantas, habiendo compartido mucho tiempo con personas que van a bailantas, jamás escuché entre los sectores populares la palabra tilingo. No le dirían tilingo, le dirían cheto, que es otra cosa.
Así como sabemos que se puede estar en un lugar de distintos modos, me pregunto si esos modos no aparecen cuando esos sujetos se posicionan en el lugar del analista. Otros que también se dicen psicoanalistas, con los que compartí instituciones psicoanalíticas, en todas las que estuve siempre hubo al menos uno, nombran a otros como “negros de mierda”. Ponen en ese lugar al otro. Entonces me pregunto. ¿Ponen en el lugar de analizante a un sujeto negro de mierda? ¿Ponen a un sujeto en el lugar de analizante? ¿Se ponen ellos en el lugar de analista? Los analistas que crean instituciones psicoanalíticas como canteras de analistas, de donde salgan verdaderos analistas, y putean por las que quieren cobrar la Asignación Universal por Hijo. ¿Cuándo escuchan a una persona interesada en cobrar la AUH, qué escuchan? ¿Un sujeto o un negro de mierda que tiene hijos para cobrar la AUH? Son cosas que me pregunto.

Porque habitamos la misma tierra analistas, analizantes. ¿Queda esa mirada al otro fuera del dispositivo analítico cuando se pone al otro en el lugar de analizante? 

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