miércoles, 31 de julio de 2013

Menudos


por Silvia Jacobi
¿Cómo te explico que siento sucias estas palabras que escribo porque no son literatura si están separadas de la vida? Porque nunca serán las que no pude decir en el momento preciso en que eran necesarias y ahora me avergüenzo. ¿Qué soberana anti ley tan compenetrada en mi cabeza, y no sólo en la mía, nos inhibe de actuar, de comprometernos con esa realidad que de fantasma no tiene nada?

Hoy me para la cana a las 7 y pico de la mañana para que salga de testigo de un flaco al que se llevaban “por prender fuego en la calle” y al “que tuvieron que reducir por agraviar”.
Me acerco al flaco y le pregunto cómo se llama, si le puedo ayudar en algo, avisarle a alguien, qué le pasó, para que prendía fuego, si lo golpearon. Me contesta: Que se llama Guillermo. Que no tiene a nadie. Que para a veces en un refugio. Que prendía fuego para cocinar unos menudos. Que le pegaron.
Encaro al cana que me paró que me lee lo que escribió en el papel que quiere que firme. Sólo figuran los dos primeros argumentos. De lo que pregunté al flaco o sus respuestas todo se desconoce, no importa, ni figura. Le digo al cana lo que el muchacho me ha dicho. Que está dado vuelta y cagado de hambre. Llega en eso la ambulancia del SAME. El “médico” “lo ve” y sin preguntarle nada, pero nada, se da media vuelta y se pone a llenar una planilla. Le digo al cana (que “me dice que parece que tengo buen corazón” y que vuelve a insistir otra vez que firme) que el flaco necesita ir al hospital (estaba la ambulancia ahí) y le repito que está cagado de hambre. ¡No escucha nada, pero nada! Vuelve a insistir que si voy a salir de testigo de lo que (le remarco nuevamente) él escribió. Le digo que quiero su nombre (no están identificados) y el del médico de la ambulancia. Que no. No escucha nada, pero absolutamente nada, ni siquiera que le repito otra vez que NO (porque me ha vuelto a preguntar si voy a salir de testigo o no). Me detiene a mí también la impotencia. ¿Qué anti ley funciona en nuestras cabezas que nos inhibe en la acción de hacer cumplir la ley?

domingo, 7 de julio de 2013

La hija de puta soy yo


Por Silvia Jacobi
Para Santi.
Ud. puede comenzar por hablar con ese niño a las tres de la tarde que vuelve del jardín de infantes y espera paciente con un palo de escoba entre las piernas que su madre termine las compras. No sea imbécil, no estropee la conversación: si Ud. pregunta si es un caballo o una moto anímese a aceptar escuchar la respuesta cuando le explica que es una vara de malabarista y le muestra cómo usarla. Si le cede la oportunidad de hacer el intento y a pesar de la maravillosa habilidad que cree demostrar él lo corrige, corríjase. Tal vez así, y sólo entonces, él acepte su sugerencia de que el palo es una pelota larga y atajarla con el pie y reenviársela casi derechito siguiendo las paralelas de las baldosas de la vereda como Ud. propuso y  no pudo.  Tal vez así y entonces, pueda saciar su sed cuando él le ofrezca mágicamente en su puñito cerrado algo del agua que le quedó del acto escolar donde ofició de aguatero. Si a la mañana siguiente reflexiona y no agradece  que el niñito haya optado por la moto o el  caballo por el ridículo mayor que le hubiese implicado en la vía  pública es que entendió el concepto. 
Si despierta, a la mañana siguiente de un día de piedra y agonía como dice el poema, con los oídos bien abiertos  y ha podido olvidarse de sí mismo, ese puede ser el momento propicio para hacerle lugar a la escritura de ese texto tantas veces postergado. Siéntese entonces en su sillón de terciopelo verde de espaldas a la puerta. No tenga miedo.
Sea violento sin que le pese si es necesario con las palabras que elija. La palabra mierda por ejemplo, suena bien si se la utiliza en una metáfora como “mierda abstracta”, pero, por favor a sí mismo, no se complique buscando sustitutos estéticos, al fin y al cabo, también hay gente que le teme a las palabras largas y/o a los buzones.
 Explique cómo ve el mundo para decir lo que piensa y cómo. Para esto último, si ha tomado la costumbre de usar casi siempre el mismo personaje medio loco y sarcástico en sus relatos para no enloquecerse, no está mal poner en escena esa estructura de pensamiento con un simulacro de monólogo interior en forma de diálogo donde no se sabe quién habla. Sólo le bastará trascribir una conversación que le es ajena de los extraños de la mesa de al lado en un bar o remitirse a la última reunión entre amigos ya entrada la noche. Puede que de paso encuentre  la respuesta para ese amigo psicoanalista que insistentemente se pregunta de dónde vienen las voces, qué quién les da letra.
Ponga en aprietos al lector… ¡El lector! Ese farsante que cree en la transparencia del entendimiento, de conocerse a sí mismo, fiel Descartes postmoderno, iluso, tonto cómodo. ¿Qué le hace pensar que si le describe una pipa le hará pensar en la condición humana?
¡Que yo no hago más que desalentarlo con este manual de instrucciones! ¡Que debería callarme de una buena vez porque no hago sino contribuir al voraz espanto que consume su capacidad de pensar y lo entrega al abandono! Pero, no es mi culpa si Ud. ejercita sus neuronas pensando la mitad del tiempo cómo funciona el universo y la otra mitad en cómo puede ser que esté pensando en ello.
Quisiera tratarle más tiernamente pero no le voy a consentir el consuelo en pensarse loco culpándome. Ud. me ha creado para invocarme cuando le galopa un Quijote en la cabeza y reniega de mí ahora que con las mejores intenciones le doy una mano que Ud. es incapaz de tomar. Debería insultarle sí, callándome. Abandonarle a su suerte y sus miserias. Arránquese los ojos como ya sabe quién así recupera una visión sesgada de ese mundo que tanto le duele y tan poco conoce.
Si Ud. se desnuda hasta quedarse en carne viva a esta altura se ha olvidado que es el frío, pero claro, pide a gritos palabras que lo conforten y le arropen de su andrajosa existencia. Hágase cargo si ha decidido creer en exceso en las palabras. Las palabras no son las cosas, pero no son sin las cosas. Yo le advierto que a este paso, ya que a Ud. le place tanto el recuerdo de los libros que ha leído, corre el riesgo de Dantés en la isla de los muertos. Si quiere ahorrarse la eternidad suicídese y vuelva a formar parte del ciclo de la vida. Quién sabe con suerte termine semejante a lo que ya es pero con menos sufrimiento y sin conflictos: un vegetal.
Yo soy real. No soy su personaje. Soy real. Tan real como el golpeteo de la vajilla en el departamento de junto donde esa criatura imita a un gato insoportablemente o los mocos que caen por su nariz y asco me da que no se suene. Soy real. No soy su conciencia murmurándole ni formo parte de su diagnóstico. Ud. cree en mí. Soy real. Me basta la gente que tiene fe en la fe como los agnósticos. Soy real.
Y después resulta que la hija de puta soy yo…

Mañana yo ya no estaré aquí. Libremente en la esquina que Ud. elija para hablar explique cómo ve el mundo para decir lo que piensa y como.