La buena noticia de la presentación del Plan
Nacional de Salud Mental (PNSM), debe servirnos como excusa, al menos, para
conversar sobre el mismo. Después de tantos años de lucha, de años en los que
se reclamó por los derechos de quienes padecían la atención manicomial intra y
extra muros, podemos decir que tenemos Ley Nacional de Salud Mental. Tenemos
también los porteños la experiencia de la Ley 448 de la ciudad, la cual es
letra muerta ante la falta de un colectivo organizado que garantice el
cumplimiento de la misma y no sólo declamaciones públicas. Que el PNSM haya
salido de un estamento estatal nos obliga indefectiblemente a hablar de política.
Sabemos que el campo de la salud mental en la Argentina no es muy dado a
discutir de política en serio. Pero en esta oportunidad, más que nunca, se
vuelve imprescindible hacerlo. Por la negación del sujeto, su objetivación, es
que nos oponemos al manicomio, porque no da lugar a otras existencias, hace
como que no existen, y por eso mismo es que tenemos que conversar de lo inscripto
en el PNSM. Porque la única experiencia que se reconoce para la elaboración del
mismo es la experiencia radical, sólo se nombra la experiencia
desmanicomializadora de Río Negro. Y se la nombra del modo al que fue nombrada
esa experiencia, el modo antiperonista y liberal. Mientras Basaglia, que cerró
los manicomios en Italia nombró a su práctica desinstitucionalización, como buen
intelectual marxista, por la negación de la institución en términos
dialécticos, los abanderados de las instituciones la bautizaron
desmanicomialización. Así comienza el apartado Antecedentes del PNSM:
“Debió pasar medio siglo para que en América latina
y, sobre todo, en Argentina, pudiera
sortearse una historia de avances y retrocesos en materia de Salud
Mental (a). En nuestro país, los desarrollos pioneros que se
iniciaron hacia fines de 1950 (el
´55 es mediados) se vieron interrumpidos por la última dictadura
cívico-militar y las devastadoras consecuencias que tuvo el terrorismo de
Estado puesto en práctica por ella. A los desarrollos retomados tras el
advenimiento democrático y hasta 1989
le siguió un ciclo neoliberal, que, enmarcado en la doctrina del llamado
“Consenso de Washington”, avanzó en el desguace
del Estado y el consiguiente arrasamiento de las políticas sociales, lo que
incluyó otros muchos desarrollos institucionales y culturales de
avanzada”.
¿Quién lamenta lo interrumpido iniciado después del
derrocamiento de Perón? ¿Qué fue lo pionero después del ´55? ¿Qué fue eso tan
importante que duro casi veinte años, desde fines de los cincuenta al setenta y
seis, que se interrumpió? ¿Así que con Alfonsín vuelve el desarrollo y desde
1989 a 2003 la nada?
“La década del ’90, amparada en una democracia
formal aunque excluyente, provocó efectos ya no sólo de interrupción de prácticas –como, se dijo, aconteció en períodos
anteriores-, sino que trajo un incremento de daños poblacionales y una banalización descalificadora de
terminologías y funcionamientos de dispositivos para las buenas prácticas en Salud Mental. Pese a que fueron mantenidos algunos espacios de
atención, la mayoría de ellos
padeció una fragmentación, tanto dentro del Estado como fuera de él. En los
‘50, fue a partir del despliegue creativo de líderes en Salud Mental que
cuestionaban el orden manicomial lo que demostró que era posible adentrarse
en caminos hasta entonces inexplorados.
La creación de alternativas con producciones institucionales y resultados sólidos se convirtieron en ejemplo
de estos senderos.
Tras las devastadoras consecuencias de la dictadura cívico-militar y el
neoliberalismo de los ‘90, y más allá de los avances ocurridos en el primer
tramo democrático, recién a partir de 2003, durante el gobierno encabezado por
el entonces presidente Néstor Kirchner, la Salud Mental fue priorizada en las
políticas sanitarias.”
Más adelante agrega:
“En ese marco, una reforma emblemática fue la
impulsada por Río Negro a partir de 1985. Reconocida
a nivel internacional, incluyó la apertura de dispositivos de atención con
base territorial y de servicios de Salud Mental en los hospitales generales de
esa provincia, la conformación
de equipos interdisciplinarios para
atender problemáticas mentales en
sus lugares de origen, y un intenso trabajo comunitario con el eje puesto en la
inclusión social de las personas con padecimiento mental. Hacia 1988, se
concretó el cierre definitivo del hospital psiquiátrico que estaba ubicado en
la localidad de Allen, en el Alto Valle del Río Negro. En 1991, además, fue
sancionada la Ley Provincial Nº 2440, llamada
de “Promoción Sanitaria
y Social de
las Personas que
Padecen Sufrimiento Mental”.
“Descalificación de terminología”, “las buenas
prácticas en salud mental”, “líderes”, “reconocida a nivel internacional”,
“dispositivos de atención con base territorial”, si no es en la Tierra, dónde,
nos preguntamos, es el repetido discurso de los organismos internacionales. Si
fue en los noventa que comenzamos a escuchar hablar de la formación de líderes,
como si los liderazgos pudieran crearse desde arriba, cuando sabemos que se
generan desde abajo. Tienen todos la misma lógica, el Banco Mundial, la ONU, la
OMS, la OPS, no se diferencian en nada. Funcionan a base de préstamos a los
Estados. Viven del Estado para criticarlo. El Ministerio de Salud argentino
gasta un tercio de su presupuesto en medicamentos y funciona básicamente con
programas con financiamiento externo, en dólares, con los conflictos por
divisas que tenemos, un
déficit de 1.800 millones de dólares,
y sin la plena implementación de la Producción Pública de Medicamentos. El
Plan Nacional de Salud Mental valora lo reconocido internacionalmente y nos
preguntamos por qué no reconoce otras experiencias, si sabemos que en el
extranjero saben de varias.
En las "Jornadas Nacionales e Internacionales:
Salud Mental y Derechos Humanos", organizadas por la Red Reforma Cabred,
en la Universidad de Lujan, vinieron de Uruguay, el amigo Paulo Alterwain, de
Brasil, de Italia, también estuvo el asesor regional de la OPS. Recuerdo la
valiosa intervención de la compañera y amiga María Graciela Iglesias, quien
recientemente, por si hiciera falta, dio muestras de su compromiso renunciando
al cargo vitalicio de jueza, para asumir al frente del órgano de revisión de la
Ley de Salud Mental. Eso es priorizar lo colectivo por sobre lo individual. La
política de Estado por sobre la corporación. Recuerdo a Rafaelle Dovena, el
extrañable compañero y amigo triestino y sus recorridas por la Argentina,
relacionándose con distintas experiencias locales. Pienso en la experiencia
llevada adelante en Santa Fe, durante la gobernación de Obeid, pienso en Iris
Valle, y en que en Brasil reconocen la experiencia santafesina. Pienso en las
acompañantes comunitarias de General Pico La Pampa, en las de Moreno. Pienso en
las dos invitaciones de la Universidad Federal de Río Grande do Sul al
municipio de Moreno para contar de su trabajo en Salud Mental, de su casa de
externación, su Centro de Día, pienso en Pellegrini, de quien también se sabe
mucho fuera del país, como seguramente de tantísimas otras experiencias que
desconozco, por la desconexión que tenemos en el sector público, entre los
miles de municipios del país.
Lo de Pellegrini sirve de ejemplo para centrarnos
en la discusión sobre la política y el modelo de Estado. Jorge Pellegrini condujo
el cierre del manicomio de San Luis y la clase profesional argentina que
rechaza la política lo ninguneo. Mientras Pellegrini no era vicegobernador de
los Rodríguez Saa, era la estrella del Congreso de Salud Mental y Derechos
Humanos de Madres de Plaza de Mayo, después no se lo vio más por ningún lado.
Recuerdo en la Red del Oeste, cuando se comenzó a articular con Open Door la
atención en los municipios de pacientes que estuvieron internados ahí, quienes
conformábamos la red reconocíamos el valor de lo hecho en San Luis, de la
importancia de su Hospital Escuela. Y sabemos que son los contextos los que
hacen posibles las experiencias y la política conduciendo, porque son políticas
de Estado que se llevan adelante. Estados que eligen, conforme a la correlación
de tensiones interna, a una persona para que conduzca un proceso, que a una
persona excede. Cuando Pellegrini asumió su cargo como vicegobernador, tiempos
en los que la política volvía a la sociedad en su conjunto, la clase media
profesional lo dejaba de lado, argumentando los Rodríguez Saa. Mentira, porque
ahí siempre estuvo, fue por el rechazo a la política, por el trabajo que
implica llevar adelante una experiencia desmanicomializadora, porque hay que
confrontar políticamente, confrontar con las corporaciones profesionales.
Confrontar con las corporaciones, movidos por estos tiempos.
Cuando leo los antecedentes del Plan Nacional de
Salud Mental, se me viene un nombre a la cabeza, el de uno que prefirió
trabajar para los organismos internacionales de crédito y salud. Que difunde la
epidemia de la depresión y el alcoholismo, sin poner en cuestión los poderes
económicos que los generan. En el año 2008, después de los dos fallos de la
Corte Suprema de Justicia en Salud Mental, la Corte organizó una jornada sobre
el tema que la OPS compiló
en un libro. Les recomiendo lean las palabras del Presidente del Supremo
Tribunal, el Dr. Lorenzetti y del funcionario de la OPS. Es preciso saber cuál
es el posicionamiento político de cada uno en esto, porque cuando hablamos de
salud mental estamos hablando de políticas públicas, es decir, de política. Y
en el 2008, hacía 6 años que gobernaba Lula, Kirchner había terminado su
mandato, un año de la elección de Cristina Kirchner, Chávez fortalecido, Evo
gobernando, tres años que le habíamos dicho no al ALCA, ante la Cortes Suprema
de Justicia, Hugo Cohen, Asesor subregional en salud mental para Sudamérica
OPS/OMS señaló:
"Existen una serie de elementos que deben ser
analizados y tomados en
cuenta cuando se hacen este tipo de evaluaciones. Estos son:
· La inestabilidad económica y social.
· La débil gobernabilidad en los países de la región.
· El crecimiento de la pobreza y la inequidad.
· El aumento del desempleo y de la economía informal.
· El deterioro del Estado para cumplir su función rectora (hay países que
incluso tienen que reconstruir sus estructuras estatales y
gubernamentales)".
¿Por qué en el PNSM no se reconoce la experiencia
de ningún Estado local nacional y popular? Sin reconocer el trabajo ajeno, no
se llega lejos. Los mejores no traen a nadie. Sacar la reglita italiana de las
buenas prácticas para medir realidades argentinas, excluye, esa regla no sirve.
Lo señaló muy bien un hombre que vivía en el Montes de Oca, donde sucede otra valiosa
experiencia a la que no se consideró en los antecedentes y es una política
pública en Salud Mental del Gobierno Nacional, que viene llevando Jorge Rosetto
al frente del nosocomio desde hace más de cinco años. El CELS reconoció las
mejoras en la atención hechas durante su gestión, pero, tampoco se habló de
ello en los antecedentes. Ese hombre, que vivía en el Montes de Oca, en un
partido de fútbol que jugó contra un equipo de italianos, en el marco del festival
por la salud mental “Patas Arriba”, dijo “los locos tanos tienen todos los
dientes”.
La única manera en que pueda llevarse adelante un
cumplimiento efectivo de los derechos humanos en el campo de la salud mental,
es con un Estado de Bienestar. Y las directrices de los organismos
internacionales siempre atentaron contra ello. Porque no reconoce lo local, lo
nacional, lo popular, valoran lo que es reconocido internacionalmente. Son los
que tienen la panza llena de buenas prácticas. Si las cantan como si fueran
normativas Isso, cobran por hablar de ellas en la Argentina y vivir cómodamente
en el extranjero. Vienen miden y te dicen quedás afuera. Recuerdo unas jornadas
en un hospital bonaerense, si no me engaño el Hospital Belgrano, en el que
asistí por mi trabajo con las estadísticas de Salud Mental de Moreno, a una
presentación hecha por Cohen. Estaba el entonces responsable de la salud mental
de la provincia de Buenos Aires, e Isaac Levav, un reconocido epidemiólogo de
organismos internacionales. Cohen intentaba reprocharnos a los municipios que
no habían podido conformar una estadísitica de salud mental, porque no nos
adaptábamos a la herramienta, por eso fueron tan pocos los Estados relevados en
el informe que difunde el Ministerio de Salud con datos epidemiológicos de
salud mental. Recuerdo que le cuestioné su metodología, porque no es la
realidad la que tiene que adaptarse a la herramienta, sino la herramienta a la
realidad. Al terminar, Levav preguntó si era epidemiólogo. Por tan poco. Sabemos
muy bien los argentinos del nivel técnico de los funcionarios de los organismos
internacionales y de la solidez de sus proyecciones.
Celebramos los avances, la Dirección de Salud
Mental y Adicciones, la Ley, la reglamentación y la posibilidad de poder
presentar un Plan Nacional. Pero en tiempos en los que se reclama la
posibilidad de escuchar otras voces, de
terminar con la voz única, no suma darle sólo lugar a una experiencia.
Hay una falta clara de representación de los sectores públicos de salud,
municipales, provinciales, que desde hace muchos años vienen llevando adelante
programas creados por un trabajo militante y orgullosamente militante, posibles
por el lugar que los Estados locales dan a la Salud Mental. Pero en el Plan
Nacional, en los antecedentes, no se reconoció ninguna de todas esas
experiencias, no particularmente porque sea salud mental, sino por quién
conduce el Ministerio. Donde se tapa con afiches en las unidades sanitarias, el
festejo de los laboratorios con cada incorporación de vacunas al calendario,
vacunas que no hay necesidad de que sean obligatorias. Para que ese plan pueda
hacerse efectivo, es necesario reconocer el trabajo del otro. Reconocemos la
importancia de un plan, pero es preciso un plan federal de salud mental, no la
proyección internacional de una experiencia mítica. Y para ello es necesaria la
conformación de un Movimiento Nacional de Salud Mental con Derechos Humanos.