lunes, 12 de octubre de 2015

Lo sensible en la formación para el acompañamiento terapéutico.

Comparto con ustedes el trabajo presentado por mi querida amiga Analice, militante antimanicomial, militante de la salud pública, profesora de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.

Por Analice Palombini

Imaginé contarles a ustedes el recorrido del trabajo con Acompañamiento Terapéutico (AT) en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, en Porto Alegre, desde 1998, en verdad desde 1996, cuando trabajaba en un Centro de Atención Psicosocial (CAPS) –servicio de la red pública de salud mental de la ciudad-  y supervisaba la pasantía de psicología. Les iba a contar de cómo el proyecto se fue modificando, de cómo fuimos aprendiendo con la experiencia de acompañar a los acompañantes en sus itinerarios, junto a los usuarios de los servicios de la red pública de salud mental y de cómo fue ganando fuerza la idea de que, más que de una experiencia conceptual, la formación en AT necesita darse con experiencia sensible, de forma que el aprendizaje pase por el cuerpo, en el ejercicio y en el cultivo de una cierta prontitud de cuerpo para el encuentro con el otro, una abertura a los acontecimientos inesperados que puedan de ahí advenir, una disposición para el imprevisto y la improvisación. También pensé en contar en cómo,  junto con el proyecto de extensión, fuimos constituyendo también la materia de AT, como si fuese ella misma una experiencia de acompañamiento terapéutico (un grupo acompañándose).
Pero, recientemente, promovimos en nuestra Universidad un encuentro con grupos que vienen trabajando con AT en la formación académica, en proyectos de pasantías y extensión universitaria en acuerdo con servicios de políticas públicas. Estuvieron con nosotros Deborah Sereno, por la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC-SP), Ricardo Silveira por la Universidad Federal de Uberlândia, Minas Gerais, Ana Marsillac, de la Universidad Federal de Santa Catarina, y Pedro Pacheco, de la Universidad Regional Integrada del Alto Uruguay y de las Misiones (URI), en el interior de la provincia de Rio Grande do Sul. Y ese encuentro nos tocó profundamente, por la afinidad que pudimos percibir entre esos cinco grupos, cinco proyectos vinculados a universidades distintas, en diferentes puntos del país. Entonces, prefiero hablar de eso, de lo que ese encuentro propició de pensamiento.
Lo que llamaba la atención en ese encuentro, fue el hecho de que nos encontramos con experiencias de AT en ciudades diversas, de diferentes proporciones, poblaciones, geografías, cada cual con su red de servicios, su política de salud mental más o menos afinada con los principios de una reforma antimanicomial, pero en las andanzas del acompañamiento terapéutico, moviéndonos todos por el mismo territorio vasto y extremo, hecho de precariedades y riesgos. Un territorio al mismo tiempo en el corazón de las ciudades y en los confines del mundo. A pesar de la singularidad y de los características propias en cada caso, hay un común en esa experiencia de AT en la red pública que los cinco grupos de AT que nos reunimos compartían. Más allá del AT como una forma como la clínica se hace, clínica en movimiento, peripatética, itinerante, nómade, clínica de lo cotidiano, clínica sin muros, a cielo abierto, experimentamos el AT como modo de operar la clínica en territorios muy áridos. ¿Cómo dar paso a la vida en caminos que cruzan con la muerte? ¿Qué clínica de lo cotidiano es posible en las casas que visitamos, en que la violencia e indiferencia viven?
Lo interesante es que delante de las situaciones más difíciles y aparentemente sin salida, los diferentes grupos forjan caminos para el AT que van en una misma dirección, que apunto aquí:
- Sustentar la escucha singular de los sujetos en causa –sujeto de deseo pero también sujeto de derechos, de forma que la clínica se ve necesariamente entrelazada a la política.
- Buscar tejer el trabajo en red, por más ralos que estén sus hilos, forjar las estrategias para vencer la soledad en que los ats muchas veces son lanzados.
- Dar tiempo al tiempo, esperar, hacer pausas, ritmar los gestos y las palabras, ritmar quiere decir sujetar a ritmo, crear tardanzas (ya vuelvo a esa palabra en seguida)
- Hacerse continente de los efectos de esa travesía en el cuerpo del at, en el grupo, entre ats, haciendo rodar la palabra y los afectos –la rueda continente, gira mundo, roda calle…

Son veredas que se van abriendo, sea en medio de la aridez del terreno, sea en un mato cerrado y espinoso, sin perro (o con demasiados perros, como ya nos aconteció). Escucha, Red, Tardanzas y Rueda son los nombres que doy a esas veredas.

Escucha

Escucha es una palabra clave en la experiencia de la clínica, tanto la clínica en sentido ampliado, la que opera en el campo de la salud colectiva, cuanto aquella, por ejemplo, del strictu sensu de la clínica psicoanalítica. Todas comparten la importancia de escuchar el sujeto, de darle oídos, aunque varíe el entendimiento de lo que importa escuchar, en donde agudizar el oído. La referencia al psicoanálisis, que comparece en muchos de los casos que compartimos, hace pensar que al lado de la atención al contexto, a lo cotidiano, a las relaciones, está también en causa, aquí, una escucha de lo inconsciente, esa dimensión desconocida de sí. Pero cómo es esa escucha del inconsciente en el acompañamiento terapéutico? Hay una peculiaridad de esa escucha en una clínica que cuenta, para suceder, con los mínimos gestos y objetos de lo cotidiano. Es lo que pasa, por ejemplo, en el café cada vez compartido, entre Rosa, la acompañada, y las dos ats, en que las diferentes porciones de endulzante que cada una utiliza (o no) para endulzarlo –sin azúcar para una, tres gotas para otra, diez gotas para Rosa- configura un acto clínico, se constituye en operación psíquica, sin dejar, por eso, de ser café prosaico compartido entre personas que se visitan. O la escucha ampliada por los trayectos, donde el paisaje de las calles, los lugares por donde se pasa hace recordar y elaborar (en frente a la parada donde esperan el ómnibus, el hospital donde Rosa dio a luz a su hija más chica, y la posibilidad de traer su nacimiento a la memoria). Más que de una atención flotante –forma distraída, pero no desatenta, de escuchar la palabra del analizante que nos enseña Freud–, el ejercicio de esa clínica requiere una corporalidad fluctuante al acompañar, corporalidad distraídamente atenta a lo que pasa alrededor, a los gestos de los que formamos parte, a los objetos que se conectan con ese gesto, a la atmósfera que planea en cada lugar, a la sucesión de acontecimientos mundanos que, como asociación libre, tejen la trama subjetiva de una vida.
Pero, si la escucha es del inconsciente, el inconsciente, dice Lacan, es la política. No hay clínica que no sea política. La clínica es hija de la modernidad, un estado democrático de derecho es condición para el ejercicio del psicoanálisis.Por lo tanto, si hay tensión entre inconsciente y ciudadanía, hay también un lazo que les es indisoluble. El sujeto de deseo anda del brazo con el sujeto de derecho. ¿La noción de ciudadanía que todavía nos guía es una noción iluminista, impregnada de la idea de sujeto universal? Si, y es un desafío, que atraviesa las prácticas cotidianas en salud mental, transformar esa noción para que ella deje de estar fundada en el principio de la razón esclarecida, para que pueda caber en ella una “locura ciudadana”. Pero, en nuestros proyectos, que articulan universidad, AT y políticas públicas, los territorios en que viven nuestros acompañados –esos confines del mundo en el corazón de las ciudades brasileras – están muchas veces tan debajo de cualquier noción de derecho, que ninguna clínica será posible si no se articula a una lucha por la conquista de ciudadanía. La escucha precisa de red. Y vuelvo entonces a ese término.

Red

El AT, como escribió Maurício Hermman, es un articulador de redes. Por más ralos  que estén sus hilos, como dije, es siempre en red que la clínica del AT tiene inicio y es en red que ella se desdobla y puede llegar a un término.
¿Cómo tratamos esa red?  ¿Qué contratación establecemos con ella? ¿Y cómo toman parte en esta contratación aquellos que acompañamos? Digo contratación y no contrato, entendiendo que se trata de un proceso, una permanente negociación entre diferentes puntos de vista, que no está exenta de tensiones y contradicciones, con las cuales, además –al menos es la apuesta que se hace –, es posible construir una dirección común de trabajo. Esa red requiere la presencia del Estado, la inversión en políticas públicas, ella exige equipo, equipamientos, procesos de gestión. Pero son las personas quienes enlazan sus hilos –los trabajadores, los usuarios, sus familias, la vecina, nosotros. Es preciso cuidar de los nosotros que hacen una red. Más allá de aquello que remite a la singularidad de cada caso y a los actores que en él hacen red, en lo que dice respecto a la Universidad, a nosotros como docentes en la Universidad, la responsabilidad que está colocada, y a la cual precisamos hacer frente, es a la formación para el ejercicio profesional junto a las políticas públicas. Es un tema sobre el cual no tendré tiempo de extenderme, pero no podía dejar de hacer esa alerta.
Aquí me gustaría centrarme en un aspecto de esa construcción de red. Los casos de que nos ocupamos muestran, de la forma más dramática, como el AT no puede prescindir de una red que se coloque lado a lado, acompañando los itinerarios de los acompañados. Cuando el AT alcanza a trabajar en red (porque no siempre eso se consigue), nuestro mayor desafío es hacer con que esa red –de la que nosotros también hacemos parte– no aprisione, pero sostenga. Y que pueda sostener sin sucumbir al peso de tanta infamia en la vida. Que no huya de la raya, pero también no se deje tomar por las urgencias, precipitando una acción que no encuentra amparo en la escucha clínica. Que sepa esperar y decidir el momento de actuar. Ese cálculo no acostumbra ser fácil.
Cláudia Muller, cuyo maestría versó sobre la clínica interdisciplinaria con bebés, entre psicoanálisis y nutrición, junto a la Unidad Básica de Salud, llamó encrucijadas clínicas ese punto donde se cruzan varios caminos. Hay siempre una tensión cuando se llega a ella, pues es preciso una decisión: para dónde seguir, cuál elección hacer, en qué criterios basarse. Es preciso tomar posición, tomar decisiones y muchas veces, provocar luchas para sustentarlas. Cito a Cláudia Muller:
… la encrucijada clínica sólo es percibida por quién ya está dispuesto a bifurcar caminos, por quién hace una elección ético-política por la multiplicidad de caminos posibles para producir salud, por quien se recusa a tomar sujetos como objetos de las acciones de los especialistas. (…) Es la ética que referencia las elecciones –ética entendida como la problematización de los modos de existencia, tanto en relación a los otros como en relación a sí mismo.

En la idea de la encrucijada clínica, la tensión se presenta también entre una dimensión del tiempo que clama por actuar, el tiempo que urge, el de las urgencias, y un tiempo que se demora, que pide tiempo al tiempo.

Tardanza

Tardanza es la palabra que me fue presentada por un profesor de letras de la UFRGS, Luis Augusto Fischer, para hablar de la temporalidad peculiar de la literatura del escritor brasilero Guimarães Rosa –el tiempo del sertón (región agreste del nordeste brasilero)–, y que tomo aquí para decir del tardar del tiempo en que danza un acontecimiento por venir, que pide construcciones y ruinas, comienzos y recomienzos. Un ensayo de Peter Pal Pelbart, La nave del tiempo rey, que desde los años 90 fue inspirador para mí, para pensar el AT, me ayuda a esclarecer lo que digo aquí. Peter inicia el ensayo hablando del mito talmúdico de la creación del mundo, de un Génesis que no se habría dado en un instante inaugural, repentino y milagroso, pero que habría sido fruto de la experimentación, del fracaso, de remontadas, pegar nuevamente, errores. 26 intentos fallidos, escribe él, precedieron a la creación del mundo, que no posee ninguna garantía: en cualquier momento el éxito del contrato puede deshacerse y la obra venirse abajo. Nuestro mundo carga así, la marca de esa incertidumbre originaria, de un inicio que podría no ser alcanzado. Sucedió, y se sostiene, no en respuesta a un orden, sino porque hubo, en cada intento, deseo, un deseo que sigue pulsando por la carne del mundo. Él asocia ese mito a la ingeniosidad, al acaso y la hinchada deseante necesarios también al cuidado de la locura.
.
Nunca nada está dado de antemano y el futuro jamás está garantizado, 26 intentos pueden ser poco para un loco, y frecuentemente diez veces eso aún es insuficiente (…) Es preciso dar tiempo a esa gestación con que se confronta la locura, a esas tentativas, a esa construcción y reconstrucción, a esos fracasos, a esos acasos. Un tiempo que no es el tiempo del reloj, ni del sol, ni del campanario, mucho menos el de la computadora. Un tiempo sin medida, amplio, generoso (…) un tiempo que nosotros mismos no tenemos.

Rueda

Rueda es el nombre que uno de los grupos reunidos, da al espacio de encuentro entre acompañantes terapéuticos y los docentes que los acompañan –espacio de continencia para el abrigo de los desasosiegos, de la angustia, espacio también de compartimiento del espanto, de las alegrías. Espacio de cuidado de si para cuidar del otro. Yo diría que, sin la garantía de ese espacio, es imposible sustentar en el cuerpo toda la vertiente que la experiencia de acompañar la locura por los confines del mundo provoca. En contrapartida, es en la medida en que es por el cuerpo que esa experiencia pasa que un aprendizaje se hace. No hay cómo ahorrar esa experiencia, y a nosotros, que respondemos por una formación para el AT, nos cabe hacernos responsables por eso, haciendo, de esa rueda, la forma colectiva de la continencia necesaria para que un AT y un at se hagan.

Traducción: Santiago Gómez


No hay comentarios:

Publicar un comentario